DE MI ANECDOTARIO …….


A lo largo de todos los años que llevo dedicando mis esfuerzos e ilusiones al mundo del vino he tenido anécdotas para todos los gustos. Recuerdo especialmente dos, una muy desagradable y otra muy agradable... pero en ambos casos la lección aprendida es superior a la experiencia.

De todas las desagradables, quizás la más representativa fue aquella en la que, después de tener plantadas varios miles de cepas, tuvimos que arrancarlas porque la tierra donde las habíamos plantado -por supuesto sin que nosotros lo supiésemos- había tenido anteriormente pinos, algo que como saben los entendidos resulta incompatible. Fue muy doloroso tener que renunciar, después de diez años de cuidados, a todo el esfuerzo, el dinero y la ilusión que habíamos puesto allí... especialmente en los primeros años cuando el tiempo se te hace interminable esperando la primera cosecha. Fue una lección muy dura, pero muy adecuada. Descubrimos que el mundo del vino era infinitamente más delicado de lo que ya nos habíamos imaginado previamente.

Para compensar, la siguiente anécdota representa exactamente lo contrario. Después de la quinta “presentación en sociedad” de nuestros vinos -una ceremonia llena de emociones, en las que reuníamos en un restaurante emblemático de Madrid a todos nuestros amigos del periodismo gastronómico-, por lo tanto en un escenario en el que nuestros vinos, e incluso nuestra bodega, eran ya sobradamente conocidos y respetados, recibo un día la agradable sorpresa de que uno de los más grandes “creadores” de vino del mundo..., llama a mi puerta, interesado en conocerme de cerca y en aprovechar toda mi pequeña estructura y mi inmensa ilusión para hacer un vino a su gusto... Aunque la operación al final no salió, guardo de aquella inesperada visita una sensación de estímulo a mi trabajo como pocas veces me ha ocurrido. Para mí, que aquel verdadero genio del mundo del vino se hubiese fijado precisamente en mí para aquel proyecto, no deja todavía hoy de sorprenderme y de halagarme. Guardo en discreto silencio su nombre por el respeto que me merece, pero estoy seguro que más de un lector adivinará quién es.

Además, añadiré otra anécdota más cercana a esta segunda que a la primera. El día que me subo a un avión, cojo una revista y leo, firmado por uno de los críticos de gastronomía más respetados de nuestro país, que en su lista de favoritos está mi vino blanco entre los diez mejores de España... Creo que tampoco aquí ningún lector espabilado tendrá muchas dificultades para identificar el nombre y el apellido del crítico citado.


Roberto Verino

Bodegas Gargalo